Parece mentira, pero es así. Ni las tormentas y vientos del viejo continente pueden parar a España. Ha pasado casi medio siglo desde que un tanto de Marcelino otorgó la Copa Europea de Naciones a la selección española de fútbol. Esa selección que levanta pasiones y que tiñe de rojo las calles de Viena con su espectacular fútbol, que se puede confundir perfectamente con poesía. Sí, veinticuatro años después, 'la Roja' vuelve a estar en una final de la Eurocopa.
Rusia fue víctima ayer de la apisonadora normalmente roja, pero anoche 'gualda'. Casi 51.000 espectadores abarrotaban el Ernst Happel de Viena, cantando y coreando alegremente, confiando en sus selecciones. También estarían pendientes unos cuantos alemanes. Pero los ruidosos españoles absorbían a los aficionados rusos. Una hora y media después, en el campo, tres cuartos de lo mismo.
El combinado español saltaba al campo con las mismas intenciones que ante Italia. Bueno, con un efectivo más, Sergio Ramos. El de Camas renació para adueñarse del costado derecho. Pero se presentaba el mismo problema que ante la 'azzurra', y es que, pese al constante dominio español, el esférico se quedaba atascado en el borde del área y el recurso a utilizar eran los lanzamientos lejanos, que tampoco pusieron en muchos apuros a Akinfeev. Por parte de Rusia, en lo que a señales de vida en el ataque se refiere, nada. Solo un peligroso disparo con efecto de Pavlyuchenko desde la frontal del área que Casillas desvió de la escuadra, a la que se dirigía como un misil, con las yemas de los dedos. Tres minutos después, apenas rebasada la media hora, David Villa se retiraba del terreno de juego lesionado. Era un duro golpe para el combinado español, al que se incorporó Cesc Fábregas en sustitución del 'Guaje', visiblemente contrariado. Durante los diez minutos restantes el encuentro se durmió, fruto de la imprecisión del cuadro español, afectado por el contratiempo, y la desubicación soviética. Llegaba el descanso y los rostros españoles dibujaban un gesto de preocupación. La cosa se había torcido.
O, al menos, eso parecía, pero la preocupación se debió de quedar en el vestuario, ya que tras la reanudación un soplo de aire fresco se vislumbraba en el equipo español. Sólo hicieron falta cinco minutos para que un oportunista Xavi se interpusiera entre el lanzamiento de Iniesta y la portería y adelantase a España desviando hacia la portería la trayectoria del cuero. El gol trajo consigo la serenidad. Empezó el recital español. Pase y pase y los rusos corriendo tras el balón sin casi olerlo. Y cada pase se acompañaba con un 'olé' del público. Era necesario el segundo, pero no quería entrar. Hasta que el genio de Cesc apareció, y con un sutil toque en la frontal la picó por encima de la zaga con un perfecto globo que controló de pecho majestuosamente Güiza, que, solo ante Akinfeev, definió magistralmente con una pequeña vaselina con el balón botando. Impresionante. Quedaba poco más de un cuarto de hora de encuentro y la 'Roja' tenía pie y medio en la final. En ese momento me entró una duda existencial, y es que ¿estaba jugando Arshavin?. Sí, parece que sí, pero el diablillo ruso no tocó el esférico, retenido siempre por una magnífica defensa. El conjunto de Hiddink era un auténtico despropósito. España hacía las delicias del respetable con su juego de toque y toque. Diez minutos después, Silva pondría la puntilla con un golazo marca de la casa, aprovechando un magnífico servicio de Cesc y definiendo con clase ante Akinfeev. Baño a Rusia. Y a la final. Sólo un punto negro: la lesión de Villa.
El domingo espera Alemania, a las 20.45 h por Cuatro. España busca su segundo título europeo después del conseguido en 1964 ante la URSS, y afrontará su tercera final, tras la derrota cosechada en 1984 ante Francia. Ahora a disfrutar, y a romper el dicho de 'el fútbol es un deporte en el que juegan once contra once y siempre ganan los alemanes'. Esta vez esperemos que no. ¿Podemos?
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