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jueves, 7 de mayo de 2009

¿Tierra batida? Dejémosla para el español.

Pocos son los rivales que siquiera consiguen mirar a la cara a Rafael Nadal durante un encuentro. Su superioridad es, en la mayoría de los casos, tan aplastante e intimidatoria que no da apenas derecho al contrincante a ganar un mísero juego. Quizá estas frases suenen un poco prepotentes y favoritistas, pero es que, a día de hoy, si nos ceñimos al juego del manacorí y el resto de tenistas del circuito profesional, Nadal es superior a cualquiera sobre polvo de ladrillo. Tampoco me baso únicamente en el juego para afirmar esto, sino en los números. Sus recientes triunfos en tierra, donde ha sumado su quinta corona consecutiva en Montecarlo y Barcelona y la cuarta en cinco años en Roma, lo confirman. Por si esto no fuera poco, en próximas fechas tiene la oportunidad de superar al legendario Bjorn Börg en Roland Garros donde, de ganar, sumaría cinco triunfos consecutivos. Hay muchos más datos que corroboren que estamos ante un grande en la historia del tenis, pero cabe destacar, por último, que es el jugador que más partidos ha sumado con victorias ininterrumpidas sobre tierra batida, acumulando un total de 81, y superando en casi treinta el anterior registro, firmado por Guillermo Vilas (53 victorias consecutivas en tierra batida).

Como viene siendo habitual en los últimos cuatro años, el ciclo de tierra batida para Rafael Nadal daba comienzo en el Master 1000 de Montecarlo, lugar al que regresaba un año después tras haberse coronado por cuarto año consecutivo superando así el registro establecido por el mítico Nastase a principios de los años 70 con tres victorias consecutivas. Y otra vez, fue un paseo. Quizá esta vez en la final tuvo un oponente que ofreció más resistencia que Roger Federer en las dos finales previas (2008 y 2007), pero ni por esas cedió su trono en el Principado, donde ya acumula cinco entorchados encadenados desde que empezase por 2005 doblegando a Guillermo Coria. Tampoco le tosió en semifinales un Andy Murray que, pese a su notable mejoría sobre el polvo de ladrillo, se encuentra aún a años luz del manacorí en esta superficie. Así pues, se presentó en el envite final del torneo casi aún por estrenar. Allí le esperaba un Novak Djokovic que se está consolidando como el principal rival del balear de cara al triunfo en Roland Garros. El tenista serbio logró arañarle una manga al balear, hecho casi histórico teniendo en cuenta que no perdía uno desde la final de 2006, ante Roger Federer. No obstante, el dato de ese set perdido para el español es una simple anécdota, pues nuevamente supo reaccionar y finiquitar con solvencia su quinta final en Montecarlo. Djokovic, resigando, tuvo que conformase con el subcampeonato, algo con lo que, si la cosa no cambia, van a tener que convivir el resto de jugadores tratándose de este torneo.
La siguiente parada de su viaje por la tierra batida era prácticamente en casa. Al menos, en su casa tenística. En su Club de Tenis. sin apenas tiempo para disfrutar del éxito cosechado en Montecarlo, Nadal comparecía en Barcelona dispuesto a revalidar su título en el Conde de Godó. De nuevo, no volvió a faltar a su cita, y se proclamó campeón por quinto año consecutivo en la Ciudad Condal. Esta vez, si cabe, lo hizo aún con menos trabajo. El manacorí pasó directamente de octavos de final a semifinales. Nadal no hizo la parada correspondiente en cuartos de final, pues su rival abandonó el torneo antes del encuentro. Ese rival no era otro que David Nalbandián, de modo que el balear se ahorró un verdadero hueso, ya que, probablemente, de haberle superado, habría sido el compromiso del número uno mundial. Pero ante el contratiempo, Nadal gozó de un día de descanso que después agradecería en unas semifinales y una final, ante Nikolay Davydenko y David Ferrer respectivamente, en las que se mostró mucho más fresco y descansado que sus oponentes. Ferrer ya avisó el día anterior al partido que debía estar muy fino para derrotar a Nadal. Lógicamente, esas declaraciones no son extrañas ni aventuradas, pero se podía interpretar ya como una cura en salud previa al partido, como premonición de lo que podía pasar. Así fue. Pese a que Nadal tuvo un momento de dudas al comienzo de la segunda manga, cuando el tenista de Jávea pasó por su mejor momento, el encuentro se decantó claramente del lado del manacorí. La historia se repetía otra vez, y una semana después del triunfo en Montecarlo, se alzaba con la victoria en el Conde de Godó, también firmando su quinto triunfo consecutivo en tierras catalanas.

La tercera escala del viaje era Roma, donde el año pasado Nadal vio, lamentablemente, truncada su racha de tres triunfos seguidos, manteniéndose hasta entonces a la par con Montecarlo y Barcelona. El balear, aquejado de ampollas en los pies, fue eliminado a las primeras de cambio por Juan Carlos Ferrerro. Este año venía con la idea de recuperar el cetro en el Foro Itálico. Desde luego, Nadal no se puede quejar, en lo que llevamos de temporada, de que los planes le estén dando la espalda. Como en años anteriores, el número uno mundial recuperó su mejor juego en tierras transalpinas y volvió a arrasar en el camino hacia la final. Por delante se llevó a Fernando Verdasco, en cuartos de final, en un duro enfrentamiento, y en semifinales a Fernando González, su víctima en la final de los Juegos Olímpicos de Pekín, al que derrotó sin excesivos problemas y se volvió a colar en la final, y, de nuevo, ante Novak Djokovic. Y, para no desentonar con la tónica de las últimas tres semanas, volvió a ganar. Dos mangas fueron suficientes para que el mejor tenista del mundo volviese a ganar una final sobre tierra batida, superficie sobre la que ya está dejando de ser un ser terrenal.
Durante la disputa de Roland Garros, Rafael Nadal celebrará su vigesimotercer cumpleaños. No parece tener límites teniendo en cuenta este dato (juventud), y el extenso palmarés con el que cuenta (sin ir más lejos, con tan solo veintidós años ha superado a Roger Federer en Masters 1000-15 para el balear por 14 del suizo, que además cada vez tiene menos pinta de renacer-), y, sobre todo, su superioridad. El éxito de Nadal radica en su aplastante y abrumadora superioridad en tierra, donde, pese a que él, en una conducta inteligente y acertada, lo niegue, es el mejor con mucha diferencia, y en sus cualidades en el resto de superficies, donde es capaz de aguantar o incluso superar el nivel de, entre otros, Andy Murray y Novak Djokovic, mientras que éstos, sobre todo el británico, no pueden, hoy por hoy, hacer sombra al mallorquín en su territorio, el polvo de ladrillo. Rafa, no nos hagas bajar de la nube.



1 comentario:

Alex Jiménez dijo...

Que grande es este tío. Perfecto, casi tanto como tu artículo. Espero que nos queden varios años de disfrute por parte del gran Rafa.

Otro año sin Puerta