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sábado, 1 de mayo de 2010

Dos atléticos en Anfield Road

Hemos llegado a Liverpool siguiendo al Atlético de Madrid. Aunque parezca mentira estamos en el último partido de semifinales de la recién llamada UEFA League. Tras bajar del avión los autocares nos llevan directamente al escenario del partido. Quedan aparcados a unos trescientos metros del estadio, y nos dirigimos a conocerlo. Algunos, ya veteranos en estas lides por los partidos europeos de la temporada pasada, van directamente al centro de la ciudad, tomando los clásicos taxis ingleses o esperando la llegada del autobús . Nosotros rodeamos tranquilamente el estadio, y vemos que nuestra puerta de entrada está cerca, muy cerca de la famosa valla que exhibe la leyenda "You'll never walk alone", el nunca caminarás solo forjado en hierro negro junto al escudo del equipo, al lado del pequeño monumento que conmemora el desastre de Hillsborough, en recuerdo de los 96 aficionados del equipo fallecidos en el trágico 19 de Abril de 1989. Arde en su memoria una llama perpetua, junto a un panel donde figuran cada uno de sus nombres sobre una camiseta. Terminamos de dar la vuelta al estadio, que se encuentra rodeado, encajonado prácticamente entre las casas (me recordaba el estadio de Boca Juniors) y vamos a ver el museo del club al lado de la tienda.

Pido dos entradas en malísimo inglés, pero no hay problema pues el tipo del mostrador habla muy bien español. Nos indica que para ir al centro de la ciudad hay que coger el autobús 17 y nos desea suerte para el partido de esta noche. Entramos al museo por un torno muy estrecho, igual al que nos vamos a encontrar en la puerta del estadio. El recinto es pequeño, pero merece el nombre de museo en toda regla. La ambientación es soberbia. Allí están las cuatro Copas de Europa y la Champions del 2005, encerradas en vitrinas junto a multitud de recuerdos y detalles, banderas, libros, fotos de los fundadores, jugadores, benefactores y aficionados, programas de los partidos clave, banderines, las botas de Xavi Alonso en la final de Estambul, una placa de la tragedia de Heysel, un trofeo Villa de Madrid conquistado en nuestro estadio ...


Un minicine repasa continuamente el camino que les llevó a la quinta Copa en Estambul, una maqueta reproduce el aspecto sencillo del primer Anfield ... Todo destilando un atrayente aroma a fútbol. Salimos y vamos a la tienda del Estadio, con la puerta presidida por una bandera española con una inscripción que nos da la bienvenida en nuestro idioma. Parece mentira lo que podemos encontrar aquí: camisetas, polos, cazadoras, ropa interior, artículos de regalo y papelería, llaveros, banderines, bañadores, toallas, ropa de cama, ropa de bebé, pósters, libros, dvd, ... todo lo imaginable y algo más, rematado por el brillante color rojo del equipo. ¡Qué variedad!


Dejamos la tienda con unas libras de menos y tomamos el 17 como nos habían dicho hasta el centro de la ciudad, aprovechando que faltan unas horas para el partido. En plena zona comercial nos encontramos otras dos tiendas del Liverpool, todavía más equipadas que la ya conocida. Otra vez la bandera de bienvenida y los vendedores son muy amables, hay quien habla español y uno de ellos me pregunta por el puesto que ocupamos en la Liga española y me dice que le gusta Perea, antes de desearme suerte esta noche. Ha pasado bastante tiempo cuando nos dirigimos a Matthew Street y entramos en The Cavern Club, el local donde empezaron tocando los Beatles, hoy tomado por los rojiblancos que han puesto una bufanda al cantante que desgrana canciones del cuarteto con entusiasmo, mientras caen las cervezas de la fiesta atlética entre los destellos de las cámaras fotográficas. Afuera, unos metros más allá de donde comemos "fish and chips", hay una estatua de John Lennon que también aparece ataviada con los colores del equipo del Manzanares. Por cierto, no me olvidaré de contar que Liverpool es la ciudad más limpia que conozco, no hay papeles en el suelo, ni porquería, ni pintadas en las paredes. Felicidades a todos sus habitantes.


Cuando faltan dos horas tomamos el camino de Anfield y buscamos nuestro 17. Los autobuses pasan llenos y no hay forma de subirse, llevamos media hora esperando y un empleado nos dice que el autobús va a parar en la calle de atrás, frente al Hotel Marriot. No lo sabíamos, pero aquí esta alojado el Atleti. Estamos todavía esperando cuando sale el autobús con los jugadores camino del estadio. Casi no les vemos tras los cristales ahumados, pero seguro que han oído nuestros gritos de ánimo. Y el autobús no llega, y la lluvia arrecia ahora, cuando menos debe ... Pero ahí está, sí es nuestro 17. Ya vamos camino de Anfield, es un autobús setenta por ciento español y treinta por ciento británico, donde la conversación surge en franca camaradería con los supporters, donde una vez más nos sentimos como en casa... qué pena mi inglés, casi no me entero de nada.


Ya estamos en Anfield otra vez. El estadio está rodeado de puestos donde comprar bufandas, banderas y artículos del club, algo parecido a lo que sucede en el Calderón. Nos acercamos a los puestos de comida para reponer fuerzas y gastar las últimas libras. Ya va siendo hora de entrar al estadio. Nos han dicho que todas las localidades están cubiertas, no vamos a mojarnos.


Nada más pasar observamos que el bar muestra también una leyenda sobre el cartel de los precios: bienvenida la afición del Atlético de Madrid. Subimos la pequeña escalera que nos lleva a nuestro sector y buscamos nuestro asiento, que está en la primera fila del fondo, a quince metros del banderín del córner. Y está tan limpio como todo en esta ciudad. Igualito que en el Calderón. Enfrente está The Kop, la mítica grada de los hinchas más ruidosos, que exhiben esas enormes banderas y pancartas que van pasando de mano en mano y que parecen olas al viento.


Los equipos ya están calentando y vemos como las gradas se van poblando de aficionados locales. Los atléticos atestamos la nuestra, no queda ni una libre, eso es seguro. Se palpa un ambiente especial, estamos ahí mismo, tan cerca de las tribunas laterales, tan pegados al césped. Empezamos a cantar para animar a los nuestros. Los futbolistas se retiran y vuelven a los vestuarios, ya falta menos para el gran momento.


Cuando empieza la multitud a cantar el himno el corazón se encoge. "You'll never walk alone" atruena acompasado mientras se despliegan las bufandas, ondean las banderas y el estadio toma vida propia en su armonía coral. No he vivido nada igual. El suelo parece temblar y las amplias viseras que protegen todo el estadio de la lluvia quieren retener el sonido y amplificarlo en un momento de comunión sin límites que los atléticos presentes guardaremos para siempre.


No voy a relatar el partido porque todos lo habéis vivido en la radio o la televisión. Sólo voy a contaros que el ambiente fue inenarrable. Los atléticos nos dejamos la garganta en un partido pleno de tensión y alternativas, en busca de un sueño que fue todavía más difícil de lo esperado. A cada achuchón del equipo rojo, respondía la afición inglesa con gritos de ánimo y canciones coreadas por todo el estadio, absolutamente todo. No hay hincha que no cante y a ello contribuye el ritmo, que permite seguir a todos la canción del momento. Esto nos falla en el Calderón, donde los espectadores del fondo sur, sin duda los más activos, cantan a veces tan deprisa, que acaban animando ellos solos, aunque una buena parte del estadio les seguiría muchas veces.


En Anfield no es así, es el todos para todos y para el equipo, casi continuamente. Aún así conseguimos que se nos oyera. Vaya que sí. Aunque la ronquera fuera el denominador común en el avión de vuelta.


Aquilani marca al final de la primera parte, después de haber aguantado los primeros minutos la presión infernal que marcaron los locales de la mano de Gerrard y Benayoun, esto se pone feo. Pero el Atlético reacciona y tiene sus oportunidades, hasta que llega la prórroga y el gol de Benayoun nos pone contra las cuerdas. Pero nuestro entrenador es un estratega que ha sabido llevar al equipo a otra dimensión donde los jugadores se creen capaces de ganar lo que antes daban por perdido y la reacción que da paso al triunfo llega por mediación del resucitado Reyes a manos del Uruguayo, porque los nuestros no son inferiores a nadie, tienen el apoyo de una gran afición, saben que son un equipo, creen en la clase y en la épica y no podían dejar de firmar una página maravillosa en el libro de Anfield, un campo donde la gente ama el fútbol y todo lo bueno que le rodea.


Cuando el partido acaba, cuando los cantos de la afición rojiblanca se hacen los amos del estadio, cuando la alegría desbordada de estar en una final europea después de tantos años arrecia y los jugadores rojiblancos saludan abrazados, enfervorecidos a su hinchada, falta todavía algo que disfrutar en la noche mágica. Mientras los supporters abandonan las gradas van aplaudiendo a la cercana grada rojiblanca y levantan los pulgares reconociendo la victoria y demostrando la hermandad que ha creado la admiración conjunta por el Niño Torres The Kid , la perla de nuestra cantera, el estandarte español de los fieles ingleses. Muchos de ellos se paran y entregan a los stewards de chaleco amarillo (los encargados de seguridad de la UEFA) su bufanda para intercambiarla por la de un seguidor atlético, porque siempre es más valiosa la de un amigo que la comprada en la tienda, mientras los rojiblancos cantamos ¡¡Liverpool, Liverpool, Liverpool.......!! con toda el alma. Para siempre quedará la imagen del hincha inglés, un hombre de unos cuarenta años, que llorando besa el escudo del Atlético en su bufanda recién compartida, antes de abandonar Anfield.


Sí señor, estamos en la final de Hamburgo. Nos los merecemos y la vamos a ganar. Gracias Quique Sánchez Flores, gracias a todos los jugadores y miembros del equipo .


Pero gracias sobre todo a mi hijo que con su insistencia me obligó a ir a Liverpool, me ayudó a sumergirme en la magia de Anfield, a vivir con los atléticos la sensación de estar en casa a dos mil kilómetros de distancia, a disfrutar de lo mejor del fútbol con los creadores de este maravilloso invento, a reinvidicar que nuestro deporte, tanto veces ensuciado por la ambición desmedida, el mercantilismo y la búsqueda del enfrentamiento, puede y debe servir para compartir la emoción y la amistad, porque Liverpool y Atlético amamos el apasionante juego del balón redondo. Gracias por esta experiencia que nunca olvidaremos, porque pienso guardar las entradas del gran día que pasamos juntos en la Catedral de Anfield y contárselo algún día, con detalle, a mis nietos en plan abuelo Cebolleta.

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Otro año sin Puerta