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miércoles, 12 de mayo de 2010

Condenado

¿Quién le iba a decir a Fernando Sanz que menos de un año después de rozar la gloria quedándose a las puertas de los puestos que dan acceso a competición europea y siendo la revelación del año, el equipo de sus amores, un recién ascendido Málaga, el mismo que le dio a conocer y le hizo capitán y del que ahora es presidente, que tantos buenos pálpitos dejó de la mano de hombres como Apoño, Eliseu, Gámez, Baha o Duda bajo la dirección de un pletórico Antonio Tapia, iba a verse involucrado en una agónica lucha por tratar de salvar la categoría junto a otros cuatro equipos con una plantilla desmoralizada y cariacontecida?



Seguramente nadie. Porque en ese momento se trataba de algo descerebrado y paradójicamente casi imposible. Situación que ni siquiera cambió tras la extraña decisión de dejar marchar a Tapia rumbo al Betis al final de la temporada anterior o tras el adiós de hombres importantes como Goitia, Lolo, Salva Ballesta o Eliseu. Porque el bloque supo sobreponerse y la ilusión seguía en pie, el sueño de alcanzar Europa intacto para volver a ser abordado, y las ganas y fuerza eran sorprendentes y alentadoras. Pero entonces, Sanz tuvo la hasta ahora peor idea de su corta carrera como directivo: contratar al técnico que obró el deseado ascenso hace ahora dos años de un modo bastante agónico, Juan Ramón Muñiz, el mismo que pocos meses antes había sido relevado de su cargo como entrenador del Racing en pos de los malos resultados obtenidos. Pocos malagueños entendieron dicha elección, superpuesta a otras como las de Victor Fernández, 'Cuco' Ziganda o la hipotética vuelta a los banquillos del maestro Joaquín Peiró.

Pero de poco importaba, el esfuerzo e interés de los jugadores era máximo, y pese a contar con uno de los equipos con menor presupuesto de Primera, Sanz logró retener a pilares como Gámez, Apoño o Wellington o ampliar la cesión de dos de los talismanes e ídolos de La Rosaleda, el sutilmente mágico Duda y el siempre simbólico Albert Luque, además de fichajes a coste cero o a préstamo como los del experimentado meta Munúa, correosos zagueros como Mtiliga o Stepanov (cabe destacar aquí que en un alarde de ingenio, Muñiz incomprensiblemente dejó pasar a Jorge Andrade, que se incorporó a prueba), endiablados velocistas como el interista Obinna, el versátil internacional portugués Edinho o el canterano madridista Valdo, o jóvenes talentos como Xavi Torres, Jordi Pablo o Forestieri, el para muchos 'nuevo Messi', además de canteranos que comenzaban a ser asiduos como Manu Torres o la perla malagueña Edu Ramos. El conjunto se compenetraba y las cosas comenzaban a carburar. Con muchas caras nuevas y bastantes bajas, la base sólida seguía intacta, la máquina engranaba y el sabor de boca de los aficionados al club de la Costa del Sol se iba endulzando de un modo que terminaría siendo peligrosamente amargo.

Así comenzaba la temporada, un nuevo asalto a la Liga con expectativas bastante altas. Sin sospecharse, para nada, que la temporada sería un vaivén constante entre penas y alegrías, entre felicidad y desengaños. Y gran parte de culpa de ello puede serle achacada a un solo ente, a una sola persona, que no es otra que el propio Muñiz. Siempre, lo fácil es echar la culpa al entrenador de gran parte de los males de un equipo, y por lo general, estas acusaciones pueden resultar infundadas. Aunque este no es el caso del técnico gijonense, que desde el comienzo de la temporada, creyéndose tener mejor plantilla de la puesta, comenzó a rotar de un modo absurdo, sin importarle un mínimo resquicio las actuaciones de cada jugador, y relegó clandestinamente a hombres fundamentales para la afición andaluza como Nabil Baha o Albert Luque en beneficio de otros como el recién llegado Obinna, al que situaba sin demora como único punta pese a su posición natural de extremo, lo que junto a las lesiones del propio Apoño, Helder Rosario, Pere Martí o Fernando, generó una situación tan incertidumbrosa como obsoleta que desembocó en la pérdida casi definitiva del esfuerzo, el anhelo, y en definitiva, la esperanza ya no solo de reeditar e incluso mejorar el temporadón obrado bajo la batuta de Tapia, sino también la de poder mantenerse en la categoría sin tapujos ni dificultades.


Poco a poco, el equipo fue perdiendo fuelle, confianza, garra y vigor, desalentándose poco a poco con cada derrota, con cada fallo, con cada decisión imprecisa de Muñiz, hasta terminar coqueteando constantemente con las zonas más bajas de la tabla. En invierno, se trató de mejorar la situación con la incorporación del delantero ecuatoriano Caicedo, que sin embargo, no acertó a terminar con la falta de gol acuciada por la motivada desmoralización de Baha. Y Muñiz, en otra sabia decisión, optó por desestimar los servicios de hombres ofertados como Eliseu, malaguista confeso o de Walter Fernández, gran sensación en Segunda División con el Nástic. En cambio, lo que sí que hizo fue deshacerse de Edinho, que llegó por petición expresa suya. Además, el técnico, en otro alarde de su desconfianza en la plantilla afligió un abuso constante a la cantera costasoleña, haciendo habituales en sus convocatorias hasta a cinco chavales: los defensas centrales Iván González, quizás el único acierto del entrenador, o Daniel Orozco, junto a los centrocampistas Toribio, Portillo, Javi López o Juanmi, este último de sólo 16 años, al que recurrió como solución de urgencia para tratar de remontar un 2-0 en el Bernabéu. Ni que el imberbe pudiese hacer milagros.

Málaga entera comenzaba a visionar lo que se venía encima. La primera vuelta se completaba con más pena que gloria y la cosa parecía tornarse a peor si cabe. Las sonoras plegarias de la afición para la destitución del entrenador al haberse dado cuenta de la hilemórfica relación encontrada entre Muñiz y el fracaso vagaban sin hacer ruido por los oídos de un Fernando Sanz que a su vez observaba impasible como Tapia era relevado de su cargo en el Betis, sin vislumbrar entonces que esa podría ser la solución final a los daños del club.



Pero nada de eso ocurrió, y el Málaga continuó vagabundeando por los puestos calientes de la tabla, sin llegar a acercarse demasiado. Flirteando constantemente con la zona baja, en un rizar continuado del rizo de la Segunda División cuya realidad bien podría suponer el final definitivo de un club fuertemente endeudado. Y Muñiz, seguía probando fórmulas, nuevos inventos de su mágica excelencia. De esa excelencia que le hizo ser despedido en Santander por no seguir los prototipos y clichés que se supone debe tener un preparador de primer nivel. Como si de la pretemporada se tratase, el míster no cesaba de modificar y modificar el estilo de juego, gustase o no, triunfase o no. Tratando de dar con su tecla ideal, que seguramente ni él sepa cuál es. Primando la confianza de la inexperiencia sobre la de la pericia, los canteranos tenían cada vez más peso en las formaciones. Unas formaciones intrincadas, sin sentido alguno y de lo más cambiantes. Y a las que, claramente, las actuaciones arbitrales, dicho sea, no favorecían lo más mínimo. De hecho, las equivocadas decisiones de los insubordinados hombres de negro hundían, quizás merecidamente, al equipo en una inestable quimera.


Con ello, el final de temporada del equipo se preveía de lo más abrupto e inseguro. Con el equipo a tiro del descenso ante la envidiable reacción de los de abajo, el equipo debería en la antepenúltima y penúltima jornada a Bilbao y Getafe. Como era de esperar, el desencajado bloque, con la moral, el ánimo y la fe funestamente desbandados, apenas pudo plantar cara ante dos de las grandes sensaciones de la campaña. El ya reconocido como héroe por Málaga, Duda, salvó un puntito de San Mamés con un gol olímpico, y en la ciudad madrileña, el equipo no salió a por lo que tenía que salir y Soldado y Pedro León fueron su mártir, cavando casi sin quererlo la tumba de un equipo que, cosas del fútbol, solo doce meses antes se había ganado el respeto, afecto y cariño de la gran mayoría de los clubes españoles, destilando pundonor y coraje.


Así las cosas, a falta de un partido, de una puntillosa e indeseable jornada, el Málaga se encuentra empatado a 36 puntos con Valladolid, Racing y Tenerife, por 33 del Xerez, colista, con opciones de salvación tras en el segundo tramo de la temporada haber derrochado generosamente ese valor e ímpetu que su equipo vecino únicamente ha exhibido con timidez en determinados últimos estragos del año liguero. Y su juez, para más inri, no será otro que uno de los dos candidatos a llevarse la Liga, el Real Madrid, que completando la mejor campaña de su historia está segundo detrás del todopoderoso Barça de Guardiola, y que viaja a La Rosaleda con el objetivo de pasar y arrasar ante una necesitada parroquia que tantas veces se ha mostrado adepta madridista y que de perder, sería prácticamente carnada de tiburón, o lo que es lo mismo, pasto de Segunda División. Le pese a quien le pese, le duela a quien le duela, al Málaga solo le queda dar la campanada, esa campanada que no ha atinado a marcarse a lo largo de toda la Liga, para tratar de vencer a los indomables chicos de Pellegrini y de paso, obrar una casi imposible e idílica salvación. Quizás sea este el momento en el que Muñiz deba dejar atrás su petulante y más que equívoco conocimiento y dejarse llevar por otras vías, por quienes realmente sienten la camiseta. Por hombres como Baha, Apoño, Duda, Luque o Gámez, sobradamente comprometidos por el club y que no dudarán en dejarse la piel para intentar salvar su último escollo para mantener la categoría y que deberán conjurarse y darlo todo para, sea como sea, tratar de imponerse a los Ronaldo, Higuaín, Kaká y compañía. La misión es difícil, más que difícil, pero esto es fútbol, señores. Y puede pasar cualquier cosa. Pero pase lo que pase, hay una cosa que está clara. Que el adiós de Muñiz al club no debería demorar más de lo estrictamente necesario, porque con su dudoso estilo únicamente ha logrado una cosa: condenar a un equipo, a un sentir, y a una ciudad, a un castigo quizás demasiado duro, el descenso que el mismo se ha labrado y quizás, quién sabe, a su fatídica desaparición.

1 comentario:

X........ dijo...

Muy bien, tienes toda la razón, porque un equipo con una plantilla como la del Málaga no puede estar en estas situaciones.

Otro año sin Puerta