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sábado, 29 de octubre de 2011

Licencia para soñar

Algunos lo llaman suerte. Otros, más atrevidos, milagro. Otros, directamente no se lo explican. Tras nueve jornadas ligueras, el Levante lidera en solitario la clasificación de la Primera División española, por delante de Madrid o Barcelona. Encadena una serie de siete victorias seguidas. No ha perdido un sólo encuentro en lo que va de Liga. Firma el tercer mejor arranque liguero de la historia de la competición. Es el tercer equipo más goleador del campeonato tras los dos colosos. Y el segundo menos goleado. Parece increíble. Impensable. De videojuego. Pero cierto, absolutamente cierto.


Aunque quizás, lo más sorprendente de esta hazaña reside en el buen hacer del plantel azulgrana. Su colocación en el campo maravilla; su juego, deslumbra; y su garra, fascina. Salen a morir en cada partido, en cada jugada, en cada encontronazo. Lo dan todo. No dan un balón por perdido. Defienden como auténticas bestias y se lanzan al ataque hilando contragolpes que parecen llevar toda la vida practicando.


Y es que un lema impera en el Ciudad de Valencia. El mismo que encabeza la entrada del vestuario visitante. "Aquí se viene a jugar, se puede ganar, pero seguro que se va a sufrir". Con más razón que un santo. Un rezo que motiva, que está impulsando a los blaugranas a lograr cotas tan imposibles como inesperadas.


Porque, liderado por el incombustible y sempiterno Sergio Ballesteros, capitanísimo de esta nave a la que regresó en 2008, a esta parroquia que le vio dar el salto a Segunda B hace nada menos que diecisiete años, y bajo la inmejorable dirección del genial Juan Ignacio Martínez, rebautizado como Juan Ignacio MacGyver o JIM para los amigos, este Levante, forjado con minuciosidad por el empresario Quico Catalán, que cogió al equipo hecho una ruina, y por el director deportivo Manuel Salvador, es todo un nido de incansables guerreros, de luchadores tenaces que llevan años transitando, batallando. Todo un nido de escombros, a ojos de sus anteriores clubes, de jugadores a los que se ha desechado, a los que no se creía válidos. Jugadores que, ahora, están dando en las narices a sus detractores. Y de la mejor manera posible.


Porque este equipo es una familia, un bloque compacto en el que reinan la humildad y el coraje. Una familia custodiada por el omnipresente Gustavo Adolfo Munúa, recordado por muchos por sus escarceos con Dudú Aouate hace unos añitos en La Coruña. Una familia que forja su base en la mejor defensa, parapetada y alicatada por ilustres como Juanfran, aquel contundente lateral de Celta, Zaragoza, o nuestra Selección, que ha vuelto a casa para no marcharse más; 'Nano', aquel central que tanto impactó en aquel revolucionario Getafe de hace no tantos años, recuperado del olvido en el que le sumió el Betis, con la alargada sombra de Luis Aragonés al acecho, y cuyas flaquezas o carencias las cubre con holgura el correoso capi; o Javi Venta, que ha recuperado su mejor tono, el que le hizo un fijo en el mejor Villarreal de la historia. Una familia en la que el cerebro pensante pesa sobre dos hombres: dos de los tres únicos jugadores fijos en este gran equipo que no llegan a la treintena. Vicente Iborra, nacido como futbolista en Orriols, con sus 23 años y su metro noventa de estatura, auténtico coloso, enamorado del sentimiento levantinista, seguido en las últimas semanas por Del Bosque; y Xavi Torres, de 24, pasador magistral, repudiado en Barcelona por Rijkaard y Guardiola y en Málaga por el peculiar Juan Ramón Muñiz, y que parece estar alcanzando su apogeo en Valencia. Dos auténticos portentos, dos cimientos, que cuentan con recambios de lujo como el incansable Miguel Pallardó o el indestructible Francisco Javier Farinós, que a sus 33 años se ha convertido en el primer jugador de la historia en jugar en los cuatro grandes clubes de la Comunidad Valenciana: Valencia, Villarreal, Hércules y Levante. Una familia fraternizada en las bandas por dos auténticos baluartes, dos auténticos referentes de este Levante. Dos auténticos ídolos. Juanlu Gómez, conejillo de indias y objeto de cambio constante para Ruiz de Lopera; y aquel chaval diestro al que vimos debutar hace ahora diez años en el Bernabéu ante el Athletic de Bilbao junto a Paco Pavón, Valmiro López, 'Valdo'. Dos auténticos trotamundos. Dos auténticos iconos que no se han rendido hasta que han conseguido estabilizarse, hermanarse. Y de qué manera. Una familia que atribuye su magia a una figura, a la del exquisito José Javier Barkero, otrora referencia de Real Sociedad, pero sobre todo de Albacete y Numancia, así como a la creativa destreza del excelente punta gijonés Rubén Suárez. Y una familia que no quiere mirar hacia atrás, fundamentarse en el pasado. Que no quiere estancarse en la pérdida de su máximo exponente goleador la pasada temporada, Felipe Caicedo, y que por ello ha incorporado a su seno a jugadores que prometen pólvora arribe. Es el caso de Carlos Aranda, constante incordio para toda defensa; Nabil el Zhar, llegado desde Liverpool con total motivación para demostrar su valía; pero en especial, de una flecha incontestable, de un legítimo goleador de antaño. Nada menos que de Arouna Koné, el otro jugador indiscutible en el once que no supera la treintena. Del gran lunar de 'Monchi' como Director Deportivo del Sevilla. O eso pensaban muchos de aquel matador marfileño que hizo más de sesenta goles en los cinco años en los que transitó por Europa antes de aterrizar en Sevilla y, como quien dice, desaparecer. Una familia unida, inherente, leal, combativa, a la que no hay que perder de vista. Una familia que no va a rendirse, que se estrujará al máximo para aguantar arriba, y que, a buen recaudo, no se andará con benevolencias.






Porque desde Orriols hay una cosa que está clara. Que aquí se viene a sufrir. Que los tres puntos hay que pelearlos, que disputarlos. Que ganarlos. Que, a base de esfuerzo, constancia y tesón, puede llegarse lejos, muy lejos. Que querer es poder. Que, al fin y al cabo, si el trabajo es perseverante, inconformista, cauto e insistente, terminará por culminar en esperanza e ilusión. En ganas de soñar, de volar, cada vez más alto. ¿Quién dijo miedo?

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