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jueves, 1 de octubre de 2009

La maldición del arcoiris también persiguió a Ballan.

Parece mentira que lleguemos a decir que en Mendrisio Alessandro Ballan, campeón mundial en 2008, se ha quitado un peso de encima. Pero así es. El triunfo que logró el altísimo corredor italiano el año pasado en el Campeonato del Mundo de Varese le ha reportado más consecuencias negativas que positivas. Desde su consagración en el panorama ciclista en 2007 con su victoria en el Tour de Flandes, el corredor italiano ha firmado su peor temporada, con tan sólo dos victorias (una etapa y la general final del Tour de Polonia) y sufriendo diversas lesiones y contratiempos que le han privado de disputar las clásicas de primavera y rendir a su mejor nivel durante prácticamente todo el año, firmando una más que mediocre actuación en el Tour de Francia.
Como cada año, Ballan dividió su temporada en dos mitades; una primera mitad dedicada en exclusiva a las clásicas de primavera, con su punto álgido en las dos clásicas de pavés, el Tour de Flandes, en el que ya se impuso dos años atrás, y la París-Roubaix, donde subió al tercer escalón del podio la temporada anterior, y la segunda mitad centrada en la defensa de su corona mundial. Pronto empezaron a torcerse los cálculos del ciclista transalpino cuando tuvo retirarse en Tirreno-Adriático aquejado de un virus. En principio tuvo que renunciar a disputar la Milán-San Remo, pero luego la situación se fue complicando y tampoco puedo disputar las clásicas de primavera. Entonces fue cuando se le diagnosticó el citomegalovirus, el cual le tendría alejado de las carreteras hasta el verano, cuando regresó para tomar parte en un Tour de Francia por el que pasó con más que pena que gloria. El italiano fue afinando poco a poco su forma física de cara al Campeonato del Mundo, donde partía inevitablemente con el cartel de favorito al defender título y debía dar la cara obligatoriamente como vigente campeón si quería mantener su reputación. Pero una vez fue avanzando la carrera pudimos comprobar que a Ballan le sobraron kilómetros y finalmente naufragó acabando a casi tres minutos y medio del vencedor. En resumen, un año aciago para olvidar. El próximo, ya libre del gafe que conlleva vestir el maillot arcoiris, ¿podrá volver a rendir al nivel que lo hizo años anteriores? De momento ya ha decidido cambiar de aires y dejará su equipo de toda la vida, Lampre, para aterrizar, sorprendentemente, en el conjunto estadounidense BMC Racing, en el que también recalará el incombustible George Hincapie.

El curioso caso de la maldición que lleva consigo el maillot arcoiris se ha analizado muchas veces y no se encuentra una explicación lógica. La mayoría de los corredores que lo han vestido han sufrido las consecuencias durante toda la temporada siguiente y algunos de ellos incluso ya han visto frenada su carrera deportiva para siempre. En los últimos años, sin ir más lejos, tenemos varios ejemplos. El bicampeón mundial Paolo Bettini, vencedor en 2006 y 2007, sufrió un durísimo golpe pocos días después de haberse proclamado campeón mundial por primera vez cuando su hermano Sauro falleció trágicamente en un accidente de tráfico. Bettini estuvo tentado de abandonar el ciclismo, pero se repuso y gracias a su enorme calidad recuperó su mejor nivel y fue capaz de revalidar el título en Stuttgart, hito sólo logrado anteriormente por los míticos Ronsse, Van Steenbergen, Van Looy y Bugno. Y de nuevo la suerte le dio la espalda al italiano y vivió un auténtico calvario durante buena parte del siguiente año sufriendo muchas caídas y lesiones que le apartaron bastante tiempo de la actividad. Finalmente no pudo conquistar por tercera vez el título y decidió retirarse del ciclismo. Otro buen ejemplo es el del español Igor Astarloa, campeón en 2003, quien desde aquel brillante e inesperado fue bajando su nivel progresivamente hasta acabar prácticamente repudidado por la UCI por sospechas de dopaje, eso sí, no confirmadas. No nos olvidamos tampoco del vencedor en 2002, el singular Mario Cipollini, el mejor velocista de todos los tiempos, que se impuso en el Mundial de Zolder tras muchos años de pelea. Su decadencia empezó a partir de ese triunfo aunque, eso sí, 'Il Bello' ya contaba treinta y cinco primaveras por aquel entonces. Cipollini se vio eclipsado por la emergente figura de otro velocista del país transalpino, Alessandro Petacchi, y fue cayendo en el olvido hasta que definitivamente abandonó la práctica del ciclismo profesional tres años después. Remontándonos muchos años atrás y obviando más casos similares a los comentados, llegamos sin duda al más trágico de todos, el del belga Jean-Pierre Monseré, quien venció en la edición de 1970, disputada en Leicester, y que apenas medio año después, a mediados de Marzo del año siguiente falleció de forma trágico al colisionar accidentalmente contra un coche mientras entrenaba. También es conocido el caso de Benoni Beheyt, corredor belga vencedor polémico en la edición de 1963 por delante del ídolo nacional Rik Van Looy, a quien privó de ganar por tercera vez unos Campeonatos del Mundo disputados, además, en Bélgica. Beheyt se saltó la estrategia del equipo y se impuso al claro líder del combinado belga para perplejidad de todos. Un grave error que pagaría para siempre, pues todo el país se volvió en su contra obligándole a abandonar el ciclismo precipitadamente pocos años después.

Hay muchos más casos en la larga historia de los Campeonatos del Mundo que confirman que no siempre es oro todo lo que reluce y que más de uno habría preferido no ganar el maillot arcoiris. Hagan sus reflexiones y pronostiquen: ¿Sobrevivirá Cadel Evans a la maldición del arcoiris?

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